“To travel is to discover that everyone is wrong about other countries.”
Por Diana Ledesma Ovando / @dianmorgendorfr
Visitar París fue una disputa entre mi novio y yo. Él no quería verla y yo no pretendía perder la oportunidad de conocer el Louvre y la Torre Eiffel. Así que lo que hicimos fue dedicarle poco tiempo y concentrarnos en lugares específicos. Lamentablemente tuve que sacrificar mi visita al museo d’Orsay que me había enamorado en un capítulo de Dr. Who.
Llegué a París con la expectativa de encontrar esa ciudad que Woody Allen muestra en sus películas: un París romántico, cálido, bello, lleno de músicos tocando el acordeón mientras yo pierdo la noción del tiempo admirando la hermosura de la ciudad. Nada de eso pasó.
Y no es que la ciudad no me haya gustado, simplemente las cosas no fueron como me las imaginé. Después de salir de la estación de trenes nos detuvimos para mirar el mapa y buscar la ubicación del hotel. Un chico se nos acercó amablemente para ayudarnos, pero después de hacerlo, nos pidió dinero para apoyarlo a él y a su grupo de homeless (así los llamó). Al principio nos asustamos un poco, así que para salir rápidamente de la situación le dimos algunas monedas y nos fuimos del lugar. ¡Tengan cuidado!
Llegamos al hotel Nord Et Champagne, un hotel sencillo, con los servicios indispensables, nada elegante. A mi parecer, su único defecto es que el wi-fi no llega a las habitaciones así que hay que bajar a la zona comunitaria para usarlo; sin embargo es una buena opción para un presupuesto reducido.
Para conocer más la ciudad decidimos caminar hasta el centro. Durante el trayecto nos dimos cuenta que estábamos en una zona de migrantes que, aunque no se mostraban peligroso, me hicieron sentir en otra época: su vestimenta, su manera de caminar y de conducirse me transportaron a Nueva York, a un barrio de gente de color en los años 80. Nunca he estado en N. Y., pero veo mucha televisión y todos parecían salidos de la serie Everybody hates Chris.
Llegamos a la zona centro. Lo primero que hicimos fue buscar un lugar para comer. Una cosa que me llamó la atención fue que en los cafés de la ciudad todas las sillas están acomodadas para mirar hacia la calle, como si los comensales estuvieran listos para ver pasar un espectáculo callejero.
Nuestra primera visita fue a la catedral de Notre Dame. Hay dos maneras de recorrerla: con una vista rápida gratuita o pagar para visitarla de una forma más completa, nosotros tomamos el gratuito. Dentro de la catedral hay nichos dedicados a diferentes vírgenes y santos. La primera sorpresa llegó cuando vi que el nicho con más veladoras era el de la virgen de Guadalupe. El mexicano haciéndose presente, pensé.
Después de ver la catedral por dentro, subimos a la galería de las quimeras, la cual tiene un costo adicional. Era imposible no recordar la película del Jorobado de Notre Dame y querer que las quimeras tomaran vida. Subir los 384 escalones bien vale la pena pues desde ahí se logran obtener una de las mejores vistas de la ciudad.
Tras bajar los escalones y sentir que mis piernas estaban a punto de flaquear, decidimos caminar por las orillas del río Sena, donde se encuentran pintores, vendedores y coleccionistas; mientras lo recorríamos pudimos escuchar de la música del saxofón que estaba tocando un hombre del otro lado, eso le dio un buen toque al recorrido. Llegamos al Puente de las Artes, también conocido como el puente de los candados. Es impresionante el número de piezas que encuentran, todas de diferentes tamaños y colores. Hace poco a mi mejor amiga le pidieron matrimonio justo en ese puente. Pensé que hubiera sido maravilloso estar presente en ese momento tan romántico en su vida. ¡Soy una cursi! Quise buscar su candado, ya que su nombre no es muy común, pero era prácticamente imposible.
Seguimos nuestro camino hasta llegar a los jardines de Luxemburgo, en este lugar se conoce la verdadera vida de los parisinos. Aquí la gente viene a disfrutar de su tiempo libre: toman el sol, corren, leen, beben cerveza y juegan pétanque, un juego que sólo he visto en París. Al igual que la gente de la ciudad nos sentamos a beber una cerveza. Los jardines son hermosos, producen una sensación de paz y serenidad.
Luego de este breve descanso, caminamos hasta el metro, pero en una equivocación terminamos en la universidad de la Sorbona, una de las más antiguas del mundo. Llegamos a lo que creímos era el metro, pero resultó ser el RER, otro tipo de tren subterráneo que funciona igual que el metro: los boletos se adquieren en cualquiera de las estaciones y hay que conservarlos durante todo el trayecto ya que se pasan por los torniquetes al principio y al final del viaje.
Al otro día visitamos el Louvre, el cual tiene entrada gratuita el primer domingo de cada mes. Antes de entrar un grupo de “sordomudos” se nos acercaron para pedir una firma que terminaba siendo una donación. Yo no caí, pero mi novio sí. Si esto les llega a pasar, lean bien lo que están firmando, para evitar que el dinero de su viaje se quede con esos pequeños estafadores.
El Louvre es un museo inmenso, con increíbles piezas de arte. La sala donde se encuentra la Mona Lisa es la más concurrida, todo el tiempo hay gente tomando fotos a la pintura o selfies con la Gioconda. A mí la sala que más me gustó fue la de las esculturas europeas y la de las Artes de África, Asia, Oceanía y América, ésta es la sala menos concurrida, pero está repleta de piezas llenas de magia y misticismo.
Terminamos de recorrer el Louvre muertos de cansancio. Compramos un helado que desató mi adicción por los helados europeos, todos son deliciosos y todos valen la pena. Con helado en mano caminamos por los Jardines de Tuileries, tengo que admitir que los Jardines de París son muy bonitos; llegamos a Champs Elysee, donde tuve la mala decisión de apostar en un “dónde quedó la bolita” y perder cierta cantidad de euros, no les diré cuanto porque me da pena. En ese momento tenía mucho coraje y quería asesinar a Woody Allen. ¡¿Por qué no muestra estas cosas en sus películas?!
Llegamos al Arco del Triunfo y parecía que un tipo de mala suerte nos perseguía. No pudimos subir porque se llevaba a cabo una ceremonia oficial, pero logramos verlo por fuera y sí, es una construcción que sorprende. Hay que poner énfasis en los detalles y conocer un poco de la historia para poder admirar el verdadero significado. Afortunadamente llevaba un libro que explica lo básico para conocer cada lugar.
Llegó la hora de ir al punto más esperado, la Torre Eiffel. En las cercanías a la Torre hay vendedores de llaveros que se acercan repitiendo rápidamente “One euro”, pero lo dicen tan, tan rápido que yo sólo entendía “Juaniro”; no les compramos nada.
Al llegar a la Torre quedé impactada, su estructura y altura me dejaron con la boca abierta, definitivamente es un imperdible de la ciudad. Subimos hasta el primer piso, donde se encuentran vistas de la ciudad muy similares a las de Notre Dame en altura, pero con otro tipo de panorama: por un lado se ve el Palacio de Chaillot y por otro Campo Marte, ambos espectaculares. Sí quieren ahorrar algunos euros pueden ascender al primer nivel por las escaleras (345 escalones) e ir descubriendo datos curiosos sobre la Torre y las personas que la han visitado.
En el primer nivel, se toma un elevador que te lleva directamente hasta la parte más alta, donde logré ver como el sol descendía para dar paso a la noche y descubrir entonces la verdadera belleza de esta ciudad. Ahí, entre tumultos de gente, París y yo hacíamos las pases: comprendí porque a las personas se enamoran de París, porque es llamada la ciudad de las luces y del amor. Al fin París se mostraba tal y como la esperaba: bella, romántica y luminosa.
4 Comentarios
Padrísimas tus fotos y tu historia más…ya me ví
¿Qué esperas Angélica? ¡el viaje de tu vida te espera!
:3 Pronto contarás tu propia historia
Seguimos dudosos de si pasar o no, pero ayuda mucho leer tu experiencia. 🙂