Por Thalia Ríos
El primer viaje al mar que hago con ellos, tres amigos que la vida me regaló, no pudo haber tenido mejor escenario que las playas de la Riviera Nayarit, fue un viaje al que le faltaron días pero disfrutamos y nos asombramos cada instante ahí. Me quedo con un nuevo tono bronce en mi piel, todas las ganas de regresar, un montón de momentos fascinantes, otros más bien de pánico y muchas carcajadas después de sobrevivir a los momentos de pánico, gracias a ellos, gracias al mar.
Salimos del DF en autobús y las 12 horas que hicimos para llegar a nuestro primer destino, Guayabitos, valieron totalmente cada minuto que pasamos sentados. El pacífico nos regaló una hora más en nuestros días ahí, cuando vayan atrasen su reloj una hora, las tardes parecen no acabarse, es magnífico.
Teníamos un par de horas libres antes de nuestro primer tour y las aprovechamos desayunando. En Guayabitos no hay muchos restaurantes, son más bien pequeños locales donde venden tacos, burritos, doraditas, blanditas y demás garnachas de mar con precios perfectos para quien viaja en calidad de mochilero. Los tacos con tortillas de harina de camarón empanizado y aderezo picosito de chipotle fueron para mí los ganadores.
Después de desayunar no muy ligero, estábamos listos para nuestro primer tour, el avistamiento de ballenas. Los mareos que mis amigos tenían provocados por el movimiento de la lancha con las olas desaparecieron cuando vimos la primer ballena; es delirante, asombroso en serio ver salir del mar a un animal tan grande, saber que está a unos metros tuyos, que su cuerpo es mucho, muchísimo más grande que la lancha en la que viajas, son enormes, son fascinantes.
A pesar de su gigantesco tamaño hacen acrobacias, saltan, giran, aletean su cola como si te saludaran, salen un poco del mar para mirar qué hay arriba, hacen su propio avistamiento de humanos. La ruta migratoria de la ballena comienza desde principios del invierno, llegan desde el norte algunas solteras a encontrar el amor y hacer ballenatos en las cálidas aguas del pacifico y otras más a dar a luz, así que tuvimos la oportunidad de ver también ballenas bebés. Una experiencia donde no pude tomar muchas fotografías porque estaba maravillada, preferí verlo con mis ojos y me olvidé un poco de la cámara.
Después de un par de horas viendo ballenas, la lancha se dirigió a la Isla del Coral donde nos entrenamos snorkeleando para la aventura que nos esperaba al día siguiente en Islas Marietas. Regresamos a Guayabitos con pocas fotos de las ballenas pero llenos de la experiencia de haberlas visto tan de cerca. La tarde se nos fue en la piscina del hotel tratando de hacer las acrobacias que las ballenas ejecutaban hábilmente en el mar, después de los intentos en vano por imitarlas y muchas risas el hambre llegó, nos tardamos una hora en escoger en dónde comeríamos, así que la noche llegó inmediatamente.
Guayabitos no es un lugar que tenga una gran vida nocturna con muchos bares o antros que elegir así que con ganas de fiesta y un cumpleaños por celebrar nos metimos al Equinox, era ese lugar o un bar llamado Las Bubis, así que nuestra experiencia nocturna en aquel antro, me la voy a ahorrar, sólo dejaré claro que con muy poco dinero nos divertimos exageradamente en un ambiente, ni sé cómo describirlo, pero hicimos la noche.
Al día siguiente un autobús ya nos esperaba para viajar más o menos una hora y llegar a Punta Mita, una playa pequeña pero con un mar increíblemente hermoso, el sol tocaba las aguas, parecían brillar. Ahí nos subimos a una lancha que nos llevaría al tan esperado destino, Islas Marietas, durante el trayecto tuvimos oportunidad de saludar a algunas ballenas más. Yo me perdí entre el verde azulado del mar, el profundo azul del cielo, el ruido de la lancha cortando las olas y las aves entre las nubes, nos adentramos a las profundas aguas del mar, donde las olas te llevan y justo ahí el capitán de la lancha o el lanchero como quieran llamarle, se detuvo y dijo –Aquí se bajan y van a nadar hasta allá- Apuntando a unos 800 metros está Playa Escondida.
La distancia para llegar no era mucha, pero el mar siempre impone y si se ve profundo más y si alguien grita ¡Qué fría está el agua! más, y si no sabes nadar con es mi caso, mucho más. Pero bueno es la única manera de llegar ahí, así que para seguir dramatizando un poco me dije – Si me he de morir que sea en el mar- respiré y me aventé dejando mi vida en manos del chaleco salvavidas que traía puesto.
Entonces entre el profundo mar, el sol brillante que no calentaba el agua fría y el equipo para snorkelear, me relaje ¿Cómo? No sé pero comencé a disfrutar del paisaje, sentí que nadaba cuando mis pies se hicieron más hábiles para avanzar, el agua se volvió más cálida y llegué a una especie de túnel donde ya podía ver el sol entrando por el agujero de la formación de la playa, el agua allá en la orilla, se veía más azul.
Llegué a la orilla y sentí la arena, era perfecta, tal vez sea porque Playa Escondida está rodeada pero el cielo ahí se ve más cerca, en los extremos quedan pequeñas formaciones que hacen sombra, en el derecho hay un túnel pequeño donde las olas chocan con las rocas.
Si te atreves a adentrarte un poco más a ese oscuro y pequeño túnel quédate estático escuchando los sonidos que te regala el mar, yo lo hice y lo único que pude pensar con el agua fría hasta las rodillas, mi piel erizada y mis oídos atentos, fue: “Es aquí donde viven las sirenas” Playa Escondida en Islas Marietas no es un lugar para suponerse, es un lugar para ir, para sentirlo, hacerlo tuyo.
Después sabes que lo difícil no fue llegar ahí, lo complicado es querer salirte. Regresamos todos a la lancha, había acabado la experiencia pero la gozamos, la vivimos, estuvimos ahí, donde la imaginación me cuenta, viven las sirenas.
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